sábado, 17 de julio de 2010

De las actas de mi planeta: Quitando el lodo de los ojos

Pensé que la oscuridad estaba lejos y no podría alcanzarme. Creí que al esconderme sosteniendo apenas la respiración, podría mantenerme a salvo.  Fue entonces cuando la noche inició su concierto y los seres que se mueven en las sombras empezaron a danzar alrededor mío, y una parte de mí en vez de asustarse, danzó.

Y al cerrar los ojos con fuerza encontré la mirada penetrante y brillosa de un ego con su sonrisa lacónica y llena de sarcasmo, donde me reconocí. Y sentí tanta soledad que quise lanzarme a un abismo desde el abismo mismo del sentimiento de orfandad, de la rabia de lo no logrado, de los caprichos que no se cumplieron. Y vino esa imagen gris y llorosa de mujer sola, harapienta, pedigüeña y miserable, sin espíritu en la que a veces me solazo. Y entonces vino la Luz con su sonoro silencio de trompeta brillante y dorada, con su mensaje de liberadora anunciación: ¡Autocompasión y culpa! los componentes preferidos de la oscuridad, por quien se relame los bigotes en exceso de salivación al mirar el festín que le ofrece el machismo, el hembrismo y la sumisión.


Y sí, la Luz lo iluminó todo. Exactamente en el centro de mí misma. La Luz siempre está ahí, opacada por cartones. Tan dentro, tan cerca, tan profundo.