la pérdida de la inocencia
Es más común de lo que uno podría pensar. El abusador puede estar en el seno mismo de la familia. No tiene cara de diablo, no se le miran las torcidas ideas cuando le pasan frente a los ojos. A veces ni siquiera es un adulto. Como en el caso de esta acta que tiene guardada más de 50 años.
Cuando se piensa en un abusador, no se le relaciona con la corrupción que lleva dentro. Infantilmente, en México se relaciona a la corrupción con el tráfico de dinero, de influencias, de prevendas. Ahí está precisamente el ancho espacio en donde una persona corrupta del alma se hace invisible.
Así empieza entonces esta carta que me encontré.
"La inocencia es el bien más preciado. Tenía que haberme dado cuenta de que algo no estaba bien. Pero ella solamente me aventajaba por dos años, era mi par, mi compañera. Eso pensaba yo. Pero en realidad no lo era. Para encontrar un par, normalmente hay que salirse de casa, de las relaciones de sangre. Los verdaderos pares se encuentran en el transitado camino de la vida.
Jugábamos a las muñecas, a la comidita, las escondidas, a dar vueltas como rehiletes hasta caernos al piso, mareadas y felices. Nuestra mayor unión siempre empezaba a darse en las cercanías de diciembre, cuando todos los niños del mundo empiezan a portarse requetebién porque viene el Niño Dios, o el gordo de pijama roja, o los encantadores santos reyes. Era la cuenta regresiva hacia la bondad, el mejor comportamiento. Recuerdo perfectamente esa Navidad porque tenía 8 años y permiso para usar mis primeras mallas caladas. ¿Quién podría ser más feliz? Sonaba el timbre y nos asomábamos a la ventana porque habría muchos invitados. Llegaron mis primas y primos y con los de nuestra edad, nos fuimos a jugar a una de las habitaciones. Dentro de los chicos, habíamos los chicos y los grandes. Lógicamente los grandes decidían el juego. Ese día aprendí lo que es tener asco de mi familia. Ese día corté toda relación con ellos. Con los grandes, incluída una de mis hermanas, que inició la ruptura de mi inocencia.
El juego consistía en tocarse entre sí, con la consabida consigna de que "te pegamos si dices algo". Antes de que llegara el turno de que me tocaran a mí, violentamente tomé de la mano a un primo más chico que yo y me salí de la habitación. Asquerosos, malos... eso pensaba mientras caminaba hacia donde estaban nuestros padres. Estaba a punto de regar toda la sopa por donde quiera, cuando ellos aparecieron detrás nuestro. Uno de ellos, el grande, nos doblaba la estatura. Nos invadió el miedo, más allá de que nos pegaran o algo así, que la siguiente vez nos fueran a forzar a hacer algo horrible.
Pasaron los años, ellos hicieron su comandita. Afortunadamente no nos volvimos a reunir a jugar nada de eso. Quizá ellos también sintieron miedo de qué pasaría si los acusáramos y sencillamente prescindieron de nosotros.
Fue así que en uno de los viajes que hacíamos en familia, cuando yo tenía 13 años y creía fervientemente en los reyes magos porque corrían tiempos en los que la inocencia duraba eternidades, cuando se dio la oportunidad -por primera vez en nuestras vidas- de que a mi hermana y a mí nos dieran un cuarto de hotel para nosotras solas. Veníamos de un ambiente en el que nunca se podían cerrar los cuartos, ni con llave ni sin ella. Tener ese espacio era como tener una casa propia. Podíamos poner nuestra ropa como quisiéramos, dejarla en las sillas si así nos parecía... un paraíso.
Hacía muchísimo calor. Ella fue y cerró todas las ventanas. Me empezó a decir que me iba a enseñar como hacer algo que yo tenía que hacerle a ella. Se desnudó y me empezó a tocar. Dentro de mí, era una confusión total. Era mi hermana.... no podría hacerme nada malo. Por qué me hacía eso. Por qué me tocaba el clítoris. Ahora házmelo a mí. No quiero, le decía. Esto no me gusta. Qué tal si tienes un bebé. Ese fue mi gran cuestionamiento. Corrí al baño a lavarme, quería orinar y sacarme una sensación de susto, coraje, desconfianza, asco, cariño, te pego, ya no te quiero, vete para siempre.
No podía dormir. Algo en mí estaba roto para siempre. Ojalá me hubiera gustado, porque por lo menos así una parte mía hubiera descansado, aunque fuera en el placer culpígeno. Pero no. En mí empezó a nacer una rabia tremenda. No podía detectar en dónde se alojaba. Yo que la consideraba hermosa y talentosa, la preferida de papá. Toda la familia rondaba alrededor de sus ojos expresivos. Yo me empecé a apagar y me refugié en la poesía. ¿Qué sería, además, masturbarse? Ese era el tema más socorrido en la escuela. Alguien me narró lo que era, y ahí caché lo que mi hermana había hecho conmigo. Ella sabía y yo no. Y eso se llama abuso.
Ese punto de inflexión en donde uno que iba caminando entre flores y mariposas, de pronto se convierte en el laberinto de la soledad.
He visto mi vifurcación. Me fui por el camino de la rabia reprimida, escondida, incomprensible. Y aunque me negué a seguir el camino de su perversidad, a la que una afamada psicóloga calificó como: "ay hombre, si sólo eran niñas, era normal", aquí lo que no era normal y es imperdonable, es que cuando uno sabe y el otro no, cuando una de las dos personas está tomando ventaja de la otra, de su inocencia, HAY ABUSO. Esa persona es corrupta. Tiene roto por dentro lo más esencial del respeto a la vida y a la dignidad del otro.
Un día descurbí que el grupo de primos con los que se manoseaba ya no le era suficiente. Había comenzado a hacer ese mismo juego con el personal de servicio de la casa, poniéndonos a ambas en un inmenso peligro. Intentando aprovecharse de la situación de sujeción, de servilismo de esas personas, para obligarlas a participar en su juego o por lo menos a mirarla. Me hacía cómplice de sus perversiones y me amenazaba con que si decía algo, ella diría que había sido yo y no ella. Ese influjo tienen los hermanos mayores sobre los menores en un ambiente en donde a los niños no se les respeta, no se les toma en cuenta como almas y por supuesto, nunca se les da la razón.
Perdonar o sanar
Años traté de perdonar, sin éxito. Por esta historia católica que corre en las venas de mi familia consanguínea, me sentía culpable de no perdonarla. Mis pedazos estaban sin unir, sin pegamento de ninguna clase desde los 13 años hasta hoy. Más aún cuando alrededor de ella se construyó una especie de halo de perfección, de bondad, generosidad y atención desmesurada. Todos la creen tan buena, tan pura, tan sufrida, tan recta, tan pobrecita cuando le pasan cosas que son simplemente fruto de su enorme perversión escondida que la está consumiendo día con día. Quizá hubiese bastado con que me hubiera pedido perdón, no lo sé. Pero ningún abusador tiene la gracia del perdón. Incluso si abusa porque fue abusado. Sería muy fácil la vida si todo fuera así. Me hicieron, te hago. Esto tiene que parar para siempre en todos los confines de la tierra. Es muy fácil vivir como víctima dentro de la senda del abusador. Al que sufrió el abuso solamente le queda sanar, y para sanar tiene que reconocer a quien abusó de él y señalarlo. Fue cierto, sí sucedió y NO TE LO MERECIAS. Mi vida cambió por completo, incluso dejé que ella se convirtiera en mi juez. Toda una vida tratando de encajar porque algo en mí me resonaba: algo malo tienes que haber hecho para merecer que alguien abuse de ti. Te portaste mal, diste motivo. NO SEÑOR. No di motivo. Qué motivo puede dar una niña de 8 años, o una de 13 que todavía creía en los santos reyes.
A terapia
Para sanar, lo único que queda es la terapia. Por fin, a estas alturas de mi vida, puedo verla del tamaño que realmente es y, desde esta perspectiva, ni siquiera es grande. No hay nada que me pueda quitar a menos que yo se lo entregue. Y eso no va a ser nunca más. Nunca más tendrá el poder sobre mi paz y sobre mi inocencia. Estoy encantada de haber podido regresar a ese momento, porque justo ahí retomo mi luz y los anhelos que se que estaban tejidos en mi corazón. Ahora puedo cumplir mis pendientes. Nunca más. Nunca más. Nunca más. Me es muy difícil comprender que una especialista prefirió tapar el sol con un dedo sin detenerse a mirar mi alma. Eso también es algo imperdonable. Pude haber trabajado esto para tener emociones más saludables desde hace muchos años. Por qué sale ahora? Porque la vida es generosa, y seguramente antes de desencarnar tendré la oportunidad de ir por los puntos sueltos de mi tejido de vida, y acabaré mi hermoso mandala en su exacta perfección."