martes, 6 de octubre de 2009

De las cartas a Renato: El paso por la Luna Nueva




En la densa oscuridad de la noche, donde las estrellas se creen las reinas, se esconde la Luna Nueva.

Ni el más leve susurro hace eco de su existencia. Está toda vestida de noche, sin encajes, sin volantes ni brillantes; sin su cara luminosa y asombrosa. Sin su embrujo loco que revienta las pasiones de los amantes, de los enamorados. La Luna Nueva es nada... es todo. Es un todo que se guarda para descansar de su cotidiana pena de estar siempre sola en el centro del cielo. No es primavera, ni verano, ni otoño ni invierno. Y sin embargo las estaciones no serían lo que son sin ella... y tampoco lo serían los poetas.

Quizá los alquimistas la comprendan, porque ellos sí que saben lo que significa transformar, hacer oro de piedras, hacer que el agua se convierta en luz. Ella se hace nada para beberse a sí misma, para devorar sus miedos, su pánico escénico, su celo de las mujeres que le miran y le dan las gracias mientras sus hombres las abrazan. Ingenuas criaturas, piensa siempre ella... que confían en que fue ella quien produjo la magia. Y que se asustan cuando no la miran ni en sonrisa ni en carcajada, ni creciente, ni entera, ni menguante. La Luna Nueva está dándole a los románticos la espalda mientras le da la cara al sol en secreto y a veces le reclama... qué hice yo para no ser amada? Y el Sol la mima, la acaricia con sus rayos, la convence y la encarrila de nuevo hacia su rutina cotidiana... asomar una mueca, luego una leve sonrisa, luego su cintura y su falda hasta regalar una gran sonrisa salpicada de hinojo, romero y lavanda. Creciendo hasta mostrar su hermosa cara con los ojos cerrados, enamorada, recordando sus secretos amorosos, que la llevan hacia lo más alto del cielo, henchida de orgullo por aquél beso secreto que sólo ella sabe quién le dio cuando nadie estaba mirando.

Ay bailarina, ay cantora de los versos desvanecidos en la niebla del tiempo. Ay Luna Nueva... Ay...

Lulene

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