Te voy a escribir como si nos conociéramos de siempre. Sin nada en realidad que decir, porque esa es la única forma en la que puedo sentirme libre para rondar por las metáforas sin necesidad de explicarte nada. En la certeza de que me conoces tan toda, que puedo ir y venir libremente desde el fondo de mi ser hacia la periferia y viceversa, sin pena ni vergüenza, como en un juego divertido en donde no hay nada que esconder.
Te escribo así porque es el único lugar en donde el delirio de confesión se desvanece maravillosamente en el silencio de nuestra mutua aceptación, por lo que simplemente ya no hay nada que te quiera decir ni para llamar la atención de tu sentimiento de protección, ni de tu compasión. En realidad todos deberíamos actuar así, sin nada que temer, mostrando y siendo lo que somos sin temor de ser juzgados, como si habláramos con Dios cada vez que estamos con otro ser humano frente a nosotros. Supongo que así era el paraíso, pero ya ves la serpiente, qué hábil fue para inocular el veneno de la inseguridad. Por eso hoy quiero hablarte de nada y de serpientes…
Ayer no podía entrar al mar. En el mar vive la gran serpiente, yo la he visto, me ha salido de frente. Cuando menos lo espero sale frenética, tan loca y tan veloz. Es casi un dragón. No estaban nada equivocados los chinos cuando dibujaron esos dragones serpenteantes en sus hermosos jarrones de porcelana casi transparente. ¿Has visto alguna vez la porcelana china al trasluz? Es una maravilla. Los chinos son artificiosos. Sabían bien de serpientes y dragones, por eso sabían de la pólvora. Se enfrentaron al dragón y le robaron el secreto del fuego, pero más que nada, el secreto del uso del fuego para embelezar o para atemorizar. Los fuegos artificiales embelesaban a sus enemigos occidentales, y sus certeras explosiones los destruían mientras ellos estaban mirando al cielo.
La gran serpiente de pronto aparece. Ni siquiera la esperas y ahí está ¡zas!… como un relámpago que no ocurre en el cielo, sino en el mar. Y como un verdadero ser mítico recorre la superficie del agua con sus escamas dorsales erectas y brillantes. Su rostro se dibuja solamente para el curioso que la descubre. Cuando ella aparece el mar le hace una reverencia, la deja pasar, le cede el camino para que se luzca en sus olas. Yo la descubrí porque ella quiso que la viera. Basta con verla una vez para que cuando mires el mar busques su silueta. La ráfaga sonriente de la gran serpiente.
Ayer no podía entrar al mar porque tenía miedo de su mordedura eléctrica, pero nada más certero que un anhelo, para dejarme seducir por la magia del lenguaje del agua. De pronto me sentí como Alfonsina y yo sola me canté… te vas Alfonsina con tu soledad, qué poemas nuevos fuiste a buscar…. La tibieza del aire me hizo sentir que el agua debería estar tibia también. Empecé a flotar sobre la arena, sintiendo cosquillas en la planta de los pies y cerrando los ojos para dejar que esa cosquilla me subiera a la garganta y se convirtiera en carcajada. Había tantos niños jugando en la orilla del atardecer. Suavecita, flojita-flojita, sonreía y me dejaba bañar por la caricia húmeda, sintiendo un profundo placer en dejarme invadir. Mis entrañas estaban plenas, palpitaba totalmente en una extraña felicidad que me llevó a internarme como dueña de las olas, amante del mar. Ay Alfonsina, te hubiera gustado más este mar, te hubieras ido más contenta, o quizá, no te hubieras ido porque te hubiera devuelto la felicidad. Ya el agua me cubría, ya nadaba sin tocar fondo cuando de pronto llegó a mí la memoria de que en esa misma playa la gran serpiente había venido por mí tiempo atrás y me había estrujado, azotado contra el fondo duro y pedregoso. De pronto me volví una piedra, un peso que luchaba por no irse al fondo. Ay Alfonsina no te acuerdes del dolor, porque pesa tanto como una ancla de galeón. El dolor llama a la serpiente y el mar se transforma en lo que pidas porque es un gran ser que sabe escuchar, es fuente de vida, es el brazo ejecutor de la limpieza del planeta… ay cómo me pesaban los brazos y las piernas, cómo me pesaban en realidad mis penas, y empecé a llorar… eran mis lágrimas de sal las que, al fundirse con el mar, me ayudaron a flotar.
Salí de pie, estaba entera, con el corazón latiendo en mis oídos. Me senté a observar. El sol se ocultaba una vez más, cuando de pronto ¡zas! la gran serpiente atravesó frente a mí, y estaba realmente sonriente. Creo que hicimos la paz.
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