Si una mujer realmente es mujer, inhala y exhala desde su corazón el aroma del amado y aprende a mover sus manos. Las manos femeninas contienen la magia de la contención, la sensualidad, el consuelo, el ensueño. Más aún, cuando sus manos son una extensión de un sentimiento de amor profundo por lo masculino, la admiración mueve todo su cuerpo con la misma suavidad, sensibilidad y tersura.
Así, cuando el hombre verdadero de la mujer verdadera incendia sus ojos y traspasa el espacio que existe entre ambos hasta los ojos de su mujer, ella se vuelve llama y sus manos tienen urgencia de danzar.
Y de pronto hay una habitación cálida, un camastro, paños de seda blancos. Inicia la sagrada ceremonia. La del encuentro, la comunión. Aquella que inicia en el amor y termina en el amor, es decir, no tiene final. Es la búsqueda del Hieros Gamos.
Velas blancas pequeñas esparcidas por el piso y en los nichos. Saumadores con incienso suave... flores de aroma intenso, aceites dispuestos para la ceremonia, entibiándose al calor de una mínima llama de un aromatizador. La luz es la del corazón matizada por las velas. Se prepara el templo para los amantes.
En el camastro un lienzo grande que lo cubre por completo. Una pequeña almohadilla de pluma espera el descanso del cuello del amado.
A la mitad del camastro hay un lienzo más, blanco también; doblado de manera que servirá para formar un baum hindú que cubrirá el cuerpo y abrirá el espacio respetuoso a las manos amorosas femeninas. Un tercer lienzo color naranja se encuentra doblado a los pies del camastro. La mujer, la dama, está lista porque ha relajado previamente su cuerpo en un tibio baño de agua de flores de naranjo. Y ahora cierra los ojos y sueña.
El amado está tendido y en paz. Con la mirada respetuosamente hacia el suelo, sonriente ella se acerca y echa a volar la seda naranja cubriéndole el cuerpo. Delicadamente, tomándolo de los tobillos, abre ligeramente las piernas. El sabe que no debe oponer resistencia, es parte del ritual. Ella levanta suavemente la seda a la altura de la cadera de él. Y va formando el baum hindú entre las piernas y alrededor de su cintura. Asegura las cintas.
Los aceites aromáticos están emanando deliciosas mezclas tranquilizadoras, relajantes y seductoras. Se trata de vivir una experiencia sensorial, imaginativa. Ella sabe que todo lo que proporcionará le será devuelto. Por lo mismo, no escatimará recursos para hacerlo vivir una experiencia indescriptible.
Los aceites de Sándalo, Loto, Neroli y Jojoba destilada están tibios ahora. Tan suaves que es imposible saber que están siendo aplicados. Solamente se siente la caricia. Todo inicia en la planta de los pies. Lo honra, honra su existencia y su caminar. Bendice los pasos que lo trajeron hasta este sitio. Desde el talón hasta la base de los dedos, ella le desanuda las dudas, los dolores, los miedos y lo incierto usando suavemente dedos, palmas, nudillos de sus manos. Cada centímetro del pie es un punto neurálgico del cuerpo total. Después los dedos. Rotando sin presión cada dedo hasta soltar toda la tensión acumulada por años de trabajo...
Subiendo un poco la seda sobre las espinillas, acaricia los pies por encima de abajo hacia arriba y viceversa. Masajea suavemente las articulaciones de los tobillos. Delicadamente hace que el amado doble las rodillas y descanse sus pies en el camastro. Ella se sienta ahí mismo aplicando el aceite de la rodilla hacia abajo, por delante y por detrás va relajando los músculos que cargan con la prisa, la tensión y la fuerza de cada día. Pone los pies de él juntos, todavía con las rodillas flexionadas y ata sus tobillos con una cinta de seda, sin apretar. Así sentada, coloca los tobillos de su amado encima de los hombros de manera que la seda mantenga las piernas unidas y él no tenga que ejercer esfuerzo alguno para sostenerse. Ella lo contiene. En esta posición, la circulación empieza ser infinitamente mejor y el peso de toda una vida en esas piernas descansa confiado en ella.
El masaje es entonces un concierto de movimiento. Una melodía dulce que más que suceder en el cuerpo sucede el el aura. Un masaje que es caricia sin gravedad y que da origen a una conexión eterna entre ambas almas, dando así nacimiento a la fidelidad. La fidelidad que surge de lo imborrable, del encuentro verdadero entre lo sublime y lo corpóreo y en donde femenino y masculino se funden en una sola esencia que rebasa la comprensión humana y se instala en el encuentro divino.
Una música de bambúes inicia. De pronto hay una arpa y más allá, en el viento, una flauta.
Ella levanta la seda sobre el vientre de él. Gotea poco a poco aceites tibios y gotas de agua helada, en diferentes áreas. La última gota helada es en el ombligo... ahí mismo una gota de aceite tibio rompe con la sensación. Se necesita que él cambie de respiración, que se oxigene, que sus sentidos despierten. Inicia la danza de las banderas. Así son los músculos de su amado. Banderas que ondean con vientos cruzados. Así danzará ella con sus manos por el vientre y por el pecho hasta llegar al cuello, subir por la mandíbula, por todos los músculos faciales, la cuenca de los ojos, las sienes, las orejas. En la cabeza solamente sus manos lo cubriran masajeando fírmemente, sólo con la yema de los dedos todos los puntos de tensión. Y bajará nuevamente por la frente, ella besará cada punto de la línea central de la cara desde el centro de la cabeza, pasando por la frente, la nariz y los labios. Y en ese instante se sabrán, se fundirán y sus ojos nunca volverán a mirar de igual manera. Se han vuelto lagos que reflejan creaciones y mundos.
La música sube. Ella se coloca detrás de su cabeza poniendo sus manos sobre los ojos de él. Y comienza un nuevo ciclo en donde el amado honrará lo femenino en él y en ella. El Hombre -y no el macho- despierta en presencia de una Mujer. La Mujer -y no la hembra- despierta en presencia de un Hombre.
Que así sea para quien tenga oídos para oír.